El Partido histórico de México, el PRI, Partido que nace como producto de la tercera gran transformación de la República con la Revolución armada de 1910, atraviesa hoy, a sus 95 años de existencia, una crisis terminal inducida por el extravío ideológico y programático, por el anacronismo de estructuras de organización y el divorcio de los intereses de la sociedad al que ha sido sometido los últimos cinco años por la ambición y mezquindad de su actual dirigencia nacional.
El PRI, en su primera etapa como Partido Nacional Revolucionario nace como un Partido de Estado, surge desde el poder, emerge de la fragua de un movimiento revolucionario que le asignó tres objetivos fundamentales: Mantener la defensa del proyecto de nación inscrito en la Constitución Política de 1917, administrar el poder para evitar conflictos entre las diversas fuerzas políticas de la Nación y conservar ese poder en manos de los representantes de la revolución triunfante y sus legatarios.
Su segunda etapa histórica fue la creación del Partido de masas, el Partido de la Revolución Mexicana, que acomete la Justicia Social; la tercera etapa se identifica con la construcción del México moderno a partir de 1946 con el PRI, para convertir en Instituciones sólidas el programa social de la Revolución Mexicana.
El PRI fue, sin duda, como partido-sistema, el gran constructor y defensor de las instituciones que impulsaron el desarrollo nacional en el siglo XX; y desde los años 70 fue el gran promotor de la transición democrática que abrió las puertas a la normalidad electoral y al pluralismo Político. Pero ya no fue capaz de transformarse a sí mismo con la misma velocidad y eficacia; y a partir de los años 80 del siglo pasado inició una ruta de deterioro ideológico y programático que no ha podido remontar.
El año 2000 cuando pierde por primera vez la Presidencia de la República, el PRI desarrolla durante 12 años una cuarta etapa que se ubica en su papel como Partido en la oposición, del 2000 al 2012; período en el que logró reorganizarse y fortalecer su democracia interna, asta recuperar la confianza de la ciudadanía para ganar nuevamente la Presidencia de la República. A partir de entonces se debió iniciar una efectiva reorganización partidaria para convertirlo en un Partido con autonomía frente al gobierno que emergió de sus filas, que consolidara su democracia interna y se constituyera en un partido de causas al servicio de la sociedad. Pero contrario a ello se restableció un sistema autoritario, vertical y sin rumbo ideológico, con una élite dirigente que fue omisa de los compromisos con la sociedad y fue en exceso permisiva y servil frente a la corrupción, la frivolidad, la ineficacia y los excesos de una camarilla gobernante que provocó malestar, hartazgo y rechazo de la sociedad que se reflejó en los resultados electorales de 2018, que dieron el triunfo al discurso fácil de la esperanza que supo manejar con destreza comunicativa Andrés Manuel López Obrador.
El PRI pasó de tener el 17 por ciento de la votación en 2021, al 9.5 por ciento en 2024, superado por tres partidos, Morena,PAN y MC.; y en el Congreso de la Unión quedó en condición de intrascendencia como la quinta fuerza legislativa.
Desde mediados de 2018 el PRI debió iniciar un intenso ejercicio de reorganización, de profunda revisión de estructuras y estrategias; pero en lugar de promover la renovación del Partido se dio paso a un nuevo episodio de simulación y autoengaño con la elección pactada por los entonces gobernadores de filiación priista, de Alejandro Moreno Cárdenas como Presidente del Comité Ejecutivo Nacional.
Sin duda alguna, la dirigencia encabezada por Alejandro Moreno ha sido la peor en la historia del PRI. En los primeros 3 años de su dirigencia se perdieron 11 de los 12 Estados que eran gobernados por priistas y sólo recuperó uno en alianza con el PAN y el PRD. Y en relación con su militancia, de casi 7 millones de miembros registrados en 2019, actualmente el PRI cuenta con 1 millón 400 mil afiliados según el INE, que representan el 2% de los votantes con referencia a la última elección federal. Durante la dirigencia de Alejandro Moreno el PRI, de 2019 a 2022, perdió el 80 % de sus militantes.
Cegado por su ambición personal, Alejandro Moreno perdió la brújula de la ética política y en lugar de convocar a un efectivo proceso de reflexión y renovación partidaria, durante cuatro años preparó y promovió con sus incondicionales los procedimientos legaloides que le permitieran permanecer el mayor tiempo posible en la dirigencia del Partido.
El 2022 después de los pésimos resultados electorales del PRI en la elección de ese año, los Expresidentes del Comité Ejecutivo Nacional le pidieron que por decoro y en bien del Partido renunciara a la dirigencia nacional, petición que fue secundada por más de 20 exgobernadores y 300 ex legisladores federales que hicieron pública en sendos desplegados su solicitud para que Alejandro Moreno se retirara anticipadamente de la Presidencia CEN del PRI y permitiera la elección democrática de una nueva dirigencia nacional que se hiciera cargo del proceso electoral 2023-2024.
Sin escuchar y sin ver a quienes advertían de la necesidad del cambio en el Partido, en respuesta, convocó al Consejo Político Nacional para modificar los Estatutos para hacer posible una prórroga a su período estatutario de dirigencia; y al mismo tiempo eliminar a más de 20 mil Consejeras y Consejeros Políticos Estatales de la Asamblea Nacional de Consejeros.
El PRI pasó de tener el 17 por ciento de la votación en 2021, al 9.5 por ciento en 2024, superado por tres partidos, Morena, PAN y MC.; y en el Congreso de la Unión quedó en condición de intrascendencia como la quinta fuerza legislativa.
Ante los previsibles magros resultados de la elección federal, en vez de asumir su responsabilidad y preparar su inminente sustitución en la dirigencia nacional, por vencimiento a la prórroga otorgada a su período estatutario, Alejandro Moreno convocó de manera ilegal a la realización de la Asamblea Nacional con el propósito de concretar la reforma estatutaria que hiciera posible su reelección como solución a la crisis que vive el Partido.
De poco sirvió la lucha jurídica y política que dieron varios expresidentes del Comité Ejecutivo Nacional, las Corrientes Nacionales de Opinión y un grupo significativo de exgobernadores y de exlegisladores federales y locales por tratar de impedir la permanencia de Alejandro Moreno en la dirigencia nacional; Pasando por encima de la decisión del Consejo General del INE que por 7 votos contra 4 declaró ilegal la realización de la Asamblea Nacional, el pasado 4 de octubre el Tribunal Electoral indujo la muerte del PRI con la sentencia que emitió.
Y es que la sentencia del Tribunal electoral del Poder Judicial de la Federación por la que se declara legal la realización de la XXIV Asamblea Nacional del PRI en un tiempo prohibido por la Ley General de Partidos Políticos, y en consecuencia, se declara la validez de la reelección de Alejandro Moreno en la dirigencia nacional del PRI, es un grave precedente que vulnera el sistema de partidos políticos y que pone en entredicho la imparcialidad del máximo Tribunal Electoral del País al politizar la impartición de justicia.
Porque la decisión de la y los magistrados que en una votación de 3 a 2 obsequiaron las pretensiones del dirigente reeleccionista del PRI no tuvo un fundamento jurídico sólido; se trató de una interpretación convenenciera y a modo que puso un criterio aislado por encima de la literalidad de la Ley y de la línea jurisprudencial del propio Tribunal sobre el tema. Y por la forma y las prisas con que actuaron la Magistrada y los Magistrados que defendieron de manera puntual el escrito de impugnación de Alejandro Moreno como sus abogados defensores, sin cambiarle una coma, da pie para pensar en una actuación por consigna o por defensa de intereses inconfesables.
Con la sentencia del Tribunal Electoral el PRI se queda a la deriva, sujeto a la voluntad de una persona para los próximos 8 años; reducido a la condición de una franquicia electoral al servicio de los intereses de una facción sin identidad ideológica ni programática con los principios que le dieron origen y rumbo al PRI, sentenciándolo a la desaparición paulatina o a la permanencia en calidad de satélite del Partido gobernante.