MAX WEBER: LA JAULA DE HIERRO DE LA CLASE POLÍTICA MEXICANA

Autor: Electoralia
Publicación: diciembre 3, 2025
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En los últimos días, hemos sido testigos de uno de los grandes males de la política en general (y de la política mexicana en particular), aquello que Max Weber denominó la stahlhartes Gehäuse (jaula de hierro) de la burocratización moderna. Los recientes escándalos de lujo han provocado una reacción en masa en contra del partido dominante. Empero, esto no es algo específico de algunos de sus miembros, sino que trastoca a toda la clase política mexicana, sea del partido que sea. La cuestión radica en el discurso oficialista y las narrativas empleadas para defender un ideario ético-político. 


Los viajes de Andy López Beltrán a Tokio, la mansión de 300 millones de pesos de “Alito” Moreno en Campeche, o las colecciones de relojes de funcionarios panistas, evidencian una incongruencia sistémica que trasciende las fronteras partidistas. Esta contradicción va más allá de la mera ética individual de los actores políticos, pues pone de manifiesto tensiones estructurales inherentes a la formación de una clase política profesional (Berufspolitiker) que Weber identificó como característica de la modernidad democrática. La verdadera tragedia reside en que todos los partidos, independientemente de su orientación ideológica fundacional, sucumben a las mismas lógicas de poder que inicialmente prometían transformar.

La Herrschaft kraft Charisma y su institucionalización transpartidista

Uno de los aspectos más conocidos de la teoría weberiana es el de los tres tipos puros de dominación legítima: la tradicional (Herrschaft kraft ewigen Gestern), la legal-racional (Herrschaft kraft Legalität), y la carismática (Herrschaft kraft Charisma). La historia reciente de México nos muestra que los grandes partidos políticos han surgido de liderazgos carismáticos, los cuales, con el paso del tiempo, han debido evolucionar hacia estructuras más racionales e institucionalizadas.

Así tenemos a Morena con Andrés Manuel López Obrador, quien polariza la opinión de la sociedad mexicana, pero, al cual, no se le puede negar su autoridad carismática. El carisma se refiere a las cualidades extraordinarias de la personalidad individual que distinguen al líder de los hombres ordinarios y lo dotan de autoridad especial. De ahí podemos entender el porqué millones de personas lo seguían con los ojos cerrados, identificándolo como una suerte de “mesías”, capaz de romper los moldes de la política tradicional, de crear nuevos derroteros y de cambiar el rumbo del país.

El PRI, por su parte, también es producto de esta lógica. Tras la Revolución Mexicana (la cual puede ser analizada y cuestionada de muchas formas) surgieron liderazgos carismáticos como el de Lázaro Cárdenas (uno de los adalides del propio López Obrador). Sin embargo, la sucesión de líderes menos carismáticos obligó al partido a desarrollar mecanismos de legitimidad tradicional y legal-racional.

Y ni qué decir del PAN, cuyo carisma inicial se lo debemos a Manuel Gómez Morín, quien fundó el partido como alternativa ética al autoritarismo revolucionario. Su carisma intelectual y moral atrajo a militantes convencidos de participar en una cruzada cívica. De hecho, el propio Vicente Fox se erigió en la figura magnética que logró el tan ansiado cambio de régimen (aunque esto se demostraría no del todo cierto). Felipe Calderón es fiel reflejo de que, a falta de carisma, nuevos mecanismos de dominio deben ser implementados.


Y es que la autoridad carismática enfrenta una contradicción fundamental: debe transformarse necesariamente en formas tradicionales o legal-racionales para sobrevivir institucionalmente. Los tres partidos mexicanos confirman esta predicción teórica.

El fenómeno transpartidista de la clase política profesional

Aquí surge una nueva categoría para el análisis de la modernidad política: los Berufspolitiker (políticos profesionales), a los cuales Weber clasificó, también, en tres: los ocasionales, los de tiempo parcial, y los profesionales que dependen económicamente de la actividad política. El gran problema es que, a través de estas figuras, la política como vocación termina por diluirse, dejando sólo un tufo plutocrático en las élites dirigentes. La clase política es endogámica y se nutre de sus propios amiguismos y compadrazgos, no del talento y el compromiso de los más calificados.

Esta especie de profecía weberiana se desarrolla y comprueba, de manera transpartidista, en los casos más recientes de excesos (mencionaremos unos cuantos). 

En Morena, Andrés Manuel López Beltrán con sus viajes a hoteles de lujo en Tokio, Diana Karina Barreras (“Dato Protegido”) y Sergio Gutiérrez Luna, presumiendo un patrimonio de 4.7 millones de pesos que incluye joyas Cartier y asistencia a fiestas VIP de la Fórmula 1 con boletos de 158000 pesos. 

En el PRI, uno de los políticos más nefastos de la última década, Alejandro “Alito” Moreno, mantiene una mansión de 300 millones de pesos en Lomas del Castillo, Campeche, declarada oficialmente por apenas 9 millones.

En el PAN, la historia de los relojes de lujo resulta paradigmática: mientras el partido lanzaba spots criticando la colección de relojes de dos millones de pesos del priista César Camacho Quiroz, se reveló que Marcelo García Almaguer, responsable del contenido panista, poseía su propia colección valuada en 1.17 millones de pesos.

Y, sin duda, si echásemos un vistazo a los partidos menores o satélite, la cosa no pintaría mejor. Una posible explicación ante semejante fenómeno está en la formación de un Stand (estamento) político diferenciado, con códigos de honor y pautas de consumo específicas que trascienden las afiliaciones partidarias. Los políticos mexicanos han pasado a conformar una clase política, que se constituye con elementos diferenciadores, en este caso, un estilo de vida que los aleja de las clases populares que supuestamente representan, creando una “aristocracia del poder político” (politische Machtaristokratie). No importa que se repita, hasta el cansancio, el mantra de “no somos iguales”. La evidencia empírica rebate este eslogan.

La universalidad de la transición ética: de la convicción a la responsabilidad

Weber distinguió, en La política como vocación (Politik als Beruf), dos orientaciones éticas fundamentales que caracterizan la acción política, independientemente del contexto partidario. Por un lado, tenemos la Gesinnungsethik (ética de la convicción), en donde se actúan sobre la base de principios universales y absolutos, sin prestar atención a las posibles consecuencias de estos, por otro lado, la Verantwortungsethik (ética de la responsabilidad), en donde, se hace un cálculo racional de los medios y los fines, asumiendo responsabilidad por los resultados.

Aquí nos encontramos, sin lugar a duda, con el nacimiento y evolución de los diferentes partidos políticos de México y el mundo, los cuales nacen, casi siempre, desde una convicción profunda de su ideario, de sus valores. Por ejemplo, Morena se afianzó por ciertos imperativos morales: combatir la corrupción, servir a los pobres, gobernar con humildad. De hecho, la sentencia: “no mentir, no robar, no traicionar”, resume dicha visión y convicción.

No podemos negar que, algunos de los militantes originales de este partido, estaban motivados por estos valores. Mas, con el paso de los años, nuevos actores, movidos por una ética de la responsabilidad, se van presentando.

Lo mismo con el PRI o el PAN. El primero, un partido que emerge de algunos de los ideales de la Revolución Mexicana y que termina evolucionando hacia una máquina político-electoral sofisticada donde la ética de responsabilidad justificaba cualquier medio para mantener el poder. Respecto al PAN, sus principios originarios se sustentaban en la doctrina humanista católica y en la responsabilidad empresarial. Poco queda de aquello, tan sólo basta con ubicar a actores como Marko Cortés, Jorge Romero o Lilly Téllez.

Es importante aclarar que, entre estas dos éticas, no hay una contradicción, sino una complementariedad. El problema surge cuando la transformación erosiona completamente la credibilidad de las instituciones democráticas, generando el cinismo ciudadano característico de las democracias contemporáneas.

“El desafió para la democracia mexicana es construir instituciones que combinen responsabilidad ética con efectividad gubernamental”

El stahlhartes Gehäuse como destino de todos los partidos

Uno de los conceptos claves de la teoría weberiana es el de stahlhartes Gehäuse —erróneamente traducido como “jaula de hierro” cuando Weber escribió literalmente “carcasa dura como el acero”—. Este concepto describe cómo la racionalización y burocratización atrapan a los individuos en sistemas rígidos que constriñen la libertad y creatividad humanas, independientemente de sus intenciones originales.

La “enfermedad” actual que padece Morena se explica muy bien desde esta posición. Un movimiento que se crea con la intención de romper los malos hábitos de los viejos regímenes ha terminado por adoptar, al menos en los últimos meses, las mismas estructuras burocráticas, prácticas clientelares y mecanismos de patronazgo que caracterizaron al sistema político mexicano durante décadas. Una de las varias causales de esto puede ser la de la absorción masiva de políticos provenientes del PRI, PAN y PRD tras la victoria de 2018.

Y es que mantener una pureza ético-ideológica es casi imposible sin afectar intereses individuales, de clase y, por supuesto, de efectividad gubernamental. Los servidores públicos están entre la presión de cumplir con las demandas ciudadanas de integridad y la obligación de ajustarse a las normas y prácticas propias de la élite política profesional.

Y es que mantener una pureza ético-ideológica es casi imposible sin afectar intereses individuales, de clase y, por supuesto, de efectividad gubernamental. Los servidores públicos están entre la presión de cumplir con las demandas ciudadanas de integridad y la obligación de ajustarse a las normas y prácticas propias de la élite política profesional.


Y es que mantener una pureza ético-ideológica es casi imposible sin afectar intereses individuales, de clase y, por supuesto, de efectividad gubernamental. Los servidores públicos están entre la presión de cumplir con las demandas ciudadanas de integridad y la obligación de ajustarse a las normas y prácticas propias de la élite política profesional.

Incongruencias sistémicas: el problema estructural de la democracia mexicana

Es aquí en donde nos encontramos, más allá de las individualidades o la noticia momentánea, contradicciones estructurales que afectan a todo el sistema de partidos. El dilema inherente se da entre el equilibrio de los dos tipos de ética antes mencionados: ¿los principios absolutos o el pragmatismo político?, ¿la eficiencia o la legitimidad?, ¿el idealismo o el pragmatismo?

Para que la política opere, los funcionarios han de navegar entre convicciones personales y responsabilidades institucionales. Cuando el líder carismático desaparece, surge una lógica legal-racional: los funcionarios defienden sus acciones argumentando legalidad formal antes que coherencia ética.

Por eso, los partidos, para sobrevivir, han de transitar hacia reglas claras y procedimientos efectivos que regulen el comportamiento de sus miembros. No se puede depender de la autoridad de una sola persona, sino que han de existir estructuras institucionales capaces de lidiar con los excesos de una clase política. Eso si se quiere permanecer en las rutinas y ciclos del poder.


Conclusiones: hacia una comprensión sistémica de la política mexicana

Reducir la incongruencia política en México a un fracaso moral de Morena, PRI o PAN, como entes individuales, sería un craso error de análisis. Antes bien, esta incongruencia refleja dinámicas estructurales que Max Weber identificó como inherentes a la modernización política. Los escándalos de lujo que han salido en los últimos días a la luz ponen a la clase política frente a un magno desafío: crear dinámicas de autoridad post-carismáticas, en donde el poder se sustente más en procedimientos institucionales que en devoción personal o coherencia ideológica.

La burocratización es inevitable en cualquier democracia moderna, pero ella debe ir de la mano con el diseño de instituciones capaces de mantener espacios para la renovación ética y la responsabilidad democrática. La estabilidad formal del sistema mexicano convive con tensiones persistentes entre representación popular y profesionalización política, evidenciando la dificultad de sostener proyectos de cambio auténticos dentro de las limitaciones institucionales.

La clase política mexicana encarna así contradicciones que son comunes a todas las democracias contemporáneas. Su legado dependerá de la capacidad de las futuras generaciones para superar estas incongruencias y construir formas de gobierno más auténticas y sostenibles, capaces de liberarse de la “jaula de hierro” burocrática que limita por igual a políticos de izquierda, derecha y centro.

Referencias

Weber, M. (2018). La política como profesión. Biblioteca Nueva.

Weber, M. (2014). Economía y sociedad: Esbozo de sociología comprensiva. Fondo de Cultura Económica.

Weber, Max (2025). La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Alianza Editorial.

-Por Slaymen Bonilla

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