
Históricamente en México y el mundo el papel de la mujer es fundamental para el crecimiento económico y social, en particular en México su papel siempre ha sido el pilar fundamental de las familias, en ellas descansa la unión familiar y muchas veces el sostén económico. Durante buena parte de la historia económica moderna, la mujer fue relegada a un papel secundario, marginada de las decisiones productivas y del acceso a los recursos. Sin embargo, en las últimas décadas, el mundo ha sido testigo de una transformación sin precedentes:
la creciente incorporación de las mujeres a la economía no solo ha modificado las estructuras laborales, sino también los fundamentos mismos del crecimiento económico, la innovación y el bienestar social. Hoy, hablar del papel de la mujer en la economía global es hablar de una de las fuerzas más poderosas y disruptivas de nuestro tiempo.
De la invisibilidad al motor del crecimiento.
A mediados del siglo XX, la participación femenina en la economía formal era limitada. Las mujeres, especialmente en países industrializados, estaban confinadas a sectores de baja remuneración o a trabajos no remunerados en el hogar. Sin embargo, la revolución educativa, los avances en derechos civiles, las políticas de igualdad y el cambio cultural transformaron esta realidad.
Según datos del Banco Mundial, la tasa de participación femenina en la fuerza laboral global ha pasado demenos del 35% en los años 60 a cerca del 50% en la actualidad. Aunque las cifras varían según la región, esta tendencia representa un cambio estructural en la economía mundial.
La mujer, antes vista como una fuerza de trabajo complementaria, se ha convertido en protagonista: en el sector servicios, la innovación tecnológica, la administración pública, la ciencia y la política económica. Este nuevo papel no solo ha aumentado la productividad, sino que también ha redefinido las prioridades de las empresas y los gobiernos. Muestra de ello es nuestro país donde tenemos un mayor número de diputadas en nuestra cámara baja (251), 13 Gobernadoras en nuestros estados (siendo este nuestro mayor número histórico), el cargo público de más alto honor lo ostenta la Dra.Claudia Sheinbaum Pardo al convertirse en nuestra primera Presidenta de la República.

El impacto económico de la inclusión femenina
Diversos estudios del Fondo Monetario Internacional (FMI) y de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) coinciden en que si las mujeres participaran en el mercado laboral al mismo nivel que los hombres, el PIB mundial podría aumentar entre un 20% y un 25% para 2030.
La razón es simple: la igualdad de género en el trabajo no es solo un asunto moral, sino una cuestión de eficiencia económica.

Cada mujer que se integra plenamente a la economía amplía la base tributaria, incrementa el consumo, impulsa la innovación y fortalece la estabilidad social.
Además, las empresas con mayor presencia femenina en puestos directivos suelen tener mejores indicadores de desempeño financiero y
de sostenibilidad. Un informe de Mc-Kinsey & Company (2023) reveló que las compañías con al menos un 30% de mujeres en su alta dirección son un 15% más rentables que aquellas sin representación femenina. Las mujeres, además, han intro- ducido nuevas formas de liderazgo,
caracterizadas por la empatía, la cooperación y la visión a largo plazo. Estos estilos se han vuelto esenciales en un mundo pospandemia que demanda mayor resiliencia y flexibilidad empresarial.

Los países con mayor participación femenina.
No todos los países han avanzado al mismo ritmo. Las tasas de participación laboral femenina son un reflejo directo de las políticas públicas, los marcos legales y los valores culturales.
Países nórdicos (Suecia, Noruega, Dinamarca, Finlandia e Islandia): lideran los índices de igualdad laboral. Su éxito se basa en políticas integrales de conciliación trabajo-familia, como licencias de paternidad igualitarias, guarderías públicas y sistemas fiscales que incentivan el empleo femenino. En estos países, más del 75% de las mujeres en edad productiva forman parte del mercado laboral.
Canadá y Nueva Zelanda: combinan políticas progresistas y entornos empresariales inclusivos. En ambos, las mujeres ocupan casi el 40% de los cargos de alta dirección y la brecha salarial de género se ha reducido a menos del 10%.
China: sorprende por su alta participación femenina (más del 60%), impulsada por una política de larga tradición que promueve el trabajo como valor social. Sin embargo, persisten grandes brechas en los niveles de liderazgo y en el acceso a capital para emprendedoras.América Latina: la región ha mostrado un crecimiento notable en las últimas dos décadas. Países como Chile, México, Colombia y Costa Rica han aumentado significativamente la participación femenina en sectores de tecnología, finanzas y emprendimiento. No obstante, aún enfrentan barreras estructurales como la falta de servicios de cuidado infantil y la informalidad laboral, que afecta a millones de trabajadoras.
África subsahariana: presenta una paradoja. Aunque las mujeres tienen una participación muy alta en el trabajo informal y en la agricultura (más del 70% en algunos países), su acceso a derechos laborales, educación y financiamiento sigue siendo limitado. En contraste, países del Medio Oriente y Asia Central todavía exhiben bajas tasas de participación femenina, en muchos casos por restricciones legales o culturales. Sin embargo, naciones como Arabia Saudita han comenzado una apertura gradual: en la última década, la participación laboral femenina se duplicó, alcanzando el 35% en 2024.
La economía se transforma: feminización del consumo y la innovación.
El ingreso de las mujeres a la economía ha transformado no solo la producción, sino también el consumo y la innovación. Hoy, las mujeres controlan más del 70% de las decisiones de compra a nivel mundial, desde bienes de consumo hasta inversiones financieras. Este poder económico ha reorientado a las empresas hacia modelos más inclusivos, sostenibles y éticos. Sectores como la moda, la tecnología, la salud y la educación están adaptando sus productos y estrategias a una visión más sensible a la diversidad y la equidad. La “economía del cuidado” —el conjunto de actividades relacionadas con el bienestar de las personas, desde la educación hasta la salud y el hogar— ha adquirido una nueva
centralidad. Antes invisibilizada, hoy se reconoce como un pilar económico. Según la OIT, si se valoraran monetariamente las tareas domésticas y de cuidado no remuneradas, estas representarían más del 13% del PIB mundial. Este reconocimiento está impulsando reformas para redistribuir responsabilidades y profesionalizar sectores tradicionalmente feminizados, generando empleo y bienestar social.
Nuevos desafíos en la era digital.
El auge de la economía digital ha abierto nuevas oportunidades para las mujeres, pero también nuevos riesgos. En sectores como la inteligencia artificial, la robótica o la ciberseguridad, las mujeres siguen siendo minoría: apenas representan el 26% de la fuerza laboral tecnológica global.
Aun así, el emprendimiento femenino digital crece con fuerza. Según el Global Entrepreneurship Monitor, una de cada tres startups en el mundo es fundada o cofundada por mujeres, y en América Latina esta cifra aumenta año con año. Plataformas como Etsy, Shopify o TikTok han permitido que millones de mujeres, especialmente jóvenes, conviertan sus habilidades creativas en fuentes de ingreso sostenible.
La brecha digital de género —especialmente en países en desarrollo— sigue siendo un reto. El acceso desigual a la educación tecnológica y al financiamiento limita el potencial de innovación femenina. Por ello, organismos internacionales y gobiernos están apostando por programas de alfabetización digital y créditos dirigidos a emprendedoras.
Hacia el futuro: liderazgo, inteligencia emocional y sostenibilidad.
El futuro del trabajo será femenino en la medida en que la economía mundial avance hacia modelos más humanos, colaborativos y sostenibles. Las tendencias apuntan a un cambio profundo en la definición misma del éxito económico: ya no se mide solo en productividad o ganancias, sino en bienestar, equidad y resiliencia. Las mujeres están liderando esta transición. En organismos internacionales, gobiernos y empresas globales, cada vez más mujeres ocupan cargos de poder e influencia. La directora del FMI, Kristalina Georgieva; la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen; o las líderes empresariales como Mary Barra (General Motors) y Gita Gopinath (FMI) representan una nueva generación de liderazgo que combina rigor económico con empatía y visión social. Además, el avance de los movimientos feministas y de la conciencia colectiva ha generado presión para garantizar igualdad salarial, combatir el acoso laboral y establecer cuotas de género en consejos directivos.

El papel de la mujer en la economía mundial ya no es un fenómeno emergente: es una realidad irreversible. Su impacto se refleja en lacifras, en la innovación, en la cultura corporativa y en las nuevas formas de entender el desarrollo. Pero el reto aún no está superado. Persisten brechas salariales, desigualdades en la distribución del trabajo doméstico y obstáculos para acceder al crédito o al liderazgo. Sin embargo, la dirección está clara: una economía verdaderamente sostenible solo puede construirse sobre los pilares de la igualdad y la inclusión. En el siglo XXI, el crecimiento económico no será medido únicamente por su tamaño, sino por su capacidad de integrar todas las voces. Y en ese nuevo paradigma, las mujeres no solo son parte de la fuerza laboral: son el corazón que redefine el rumbo de la economía mundial.
Autor: Por Ricardo Monreal
Diputado LXVI Legislatura Presidente de la Junta de Coordinación Política de la Cámara de Diputados






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