IN PRINCIPIO ERAT VERBUM©. La importancia de la educación cívica: Fomentar el compromiso ciudadano

Autor: Electoralia
Categoría: Innovación Hoy
Publicación: diciembre 3, 2025
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El pasado 2 de junio de 2024, México vivió uno de los días más trascendentales de su historia reciente: las elecciones federales más grandes y complejas de su democracia moderna. Fue un momento de euforia colectiva, de promesas de transformación, además nuestro país se unió a lo que se ha denominado como el “superciclo electoral” global, un fenómeno que, de acuerdo con datos de International IDEA, involucró a más de 70 países y cerca de dos mil millones de votantes en un año marcado por la incertidumbre radical (International IDEA, 2025). 

En nuestro país, no solo se renovó la presidencia con la histórica victoria de la actual Presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, sino que también se eligieron a 500 diputados federales y 128 senadores, en una contienda que involucró de igual forma elecciones locales en nueve entidades; sin duda fueron momentos llenos de polarización mediática y de un optimismo cauteloso ante la posibilidad de una “Cuarta Transformación” consolidada. 

Sin embargo, hoy, un año después, lo que persiste no es el eco de los discursos victoriosos, sino el vacío ensordecedor de la abstención y es que en datos oficiales del Instituto Nacional Electoral (INE), solo el 59.7 % de la lista nominal de 98.3 millones de electores participó, dejando a 39.5 millones de voces mexicanas en el margen del proceso democrático (Instituto Nacional Electoral [INE], 2024).

Esta cifra, aunque representa un avance respecto al 44.1 % de 2009, marca un retroceso del 63.4 % observado en 2018 y dibuja un panorama inquietante: el de una democracia donde la participación no es la norma, sino la excepción. Como sociedad estos datos deberían instarnos a la reflexión y sobre todo a acciones más certeras, por supuesto que hay diversas líneas que deben ser analizadas como la violencia que marcó las campañas de 2024, con 37 candidatos asesinados, según reportes de Integralia (Ugalde, 2024), la decadencia en la confianza de las instituciones, o la manera en la que la corrupción y el tráfico de influencias han generado un aumento en la impunidad, lo que nos lleva a cuestionarnos ¿Cómo es posible que en una nación donde la corrupción consume presupuestos públicos, el narcotráfico infiltra instituciones y la desigualdad ahoga esperanzas, tantos elijan la indiferencia como forma de resistencia? La respuesta, en mi opinión, podría encontrarse en un olvido sistemático de la educación cívica como eje de nuestra formación colectiva.

La educación cívica no debería verse como una “materia optativa”; es el andamiaje indispensable para construir ciudadanos activos y responsables, no sólo espectadores políticos. Darle la importancia que merece significa infundir en niñas, niños y adolescentes el compromiso con la participación como un hábito ético y práctico; significa entender que un voto es sinónimo de acción colectiva, de monitoreo de presupuestos locales y de desafió a políticas injustas con argumentos informados que día con día se convierten en herramientas que nos harán comprender de mejor manera nuestro papel en la sociedad. 

“Un niño que participa en un parlamento escolar aprende que su injerencia colectiva puede incidir en lo tangible.”

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) ha documentado que programas cívicos robustos elevan la participación juvenil en un 25-30 % en naciones como Finlandia o Estonia (OCDE, 2024). En México, sin embargo, el currículo educativo, aún marcado por las reformas de 2019 y los rezagos post-pandemia, destina apenas un 5% del tiempo escolar a estos temas, según evaluaciones del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE, 2024), causando una generación con escazas herramientas democráticas.

La esencia profunda de la educación cívica

La educación cívica, en su núcleo más puro, trasciende la memorización de artículos constitucionales o el recitado mecánico de himnos nacionales; es la pedagogía de una libertad responsable, un proceso sistemático que dota a los individuos con conocimientos, habilidades y valores para no solo comprender la vida pública, sino para intervenir en ella con eficacia y ética. 

Como define la UNESCO en su Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, esta formación promueve competencias clave como el pensamiento crítico, la empatía intercultural y la resolución pacífica de conflictos, esenciales en un ecosistema global saturado de desinformación y polarización (UNESCO, 2023). En México, donde el 72 % de los jóvenes entre 15 y 24 años obtiene noticias principalmente de plataformas como TikTok y WhatsApp, lo anterior en datos de la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información (ENDUTIH) 2024 del INEGI, enseñar a verificar fuentes, reconocer sesgos y debatir con respeto no es un lujo pedagógico, sino una necesidad imperiosa para la supervivencia democrática.

La insistencia en iniciar este proceso en las escuelas no es ocurrente, es un imperativo neurocientífico y sociológico y es que no podemos pasar por alto que de acuerdo con informes como: “Educación para la Democracia” de la OCDE durante la infancia y adolescencia, el cerebro exhibe una plasticidad neuronal óptima para internalizar hábitos sociales (OCDE, 2024). 

Un niño de primaria que participa en un “parlamento estudiantil” simulado, donde se decide el destino de recursos escolares como patios o bibliotecas, aprende de manera visual y práctica que su injerencia colectiva puede incidir en lo tangible. Este “efecto multiplicador” ha sido cuantificado: estudiantes expuestos a pedagogías cívicas participativas muestran un 28 % más de probabilidades de involucrarse en actividades voluntarias y electorales cuando se conviertan en adultos (OCDE, 2024). En contraste, el sistema educativo mexicano, pese a los ejes cívicos incorporados en 2019, asigna solo entre el 5 y 7 % del currículo a estos contenidos, según el diagnóstico del INEE (2024). El saldo es preocupante: la Encuesta Nacional de Cultura Cívica (ENCUCI) del INEGI, con datos proyectados a 2024, revela que apenas el 17 % de los jóvenes de 15-24 años participa en organizaciones sociales o comunitarias, un indicador de apatía que se filtra directamente en la baja participación electoral.

La educación cívica debe ser transversal pero sobre todo, integradora; fusionar historia con simulacros de transiciones democráticas, matemáticas con el análisis de desigualdades presupuestales usando datos abiertos del INEGI o ética con el diseño crítico de campañas políticas, como ejemplo recordemos que Estonia, emergiendo del colapso soviético, implementó un programa de “e-cívica” digital desde la primaria, elevando su participación electoral al 63% en comicios recientes (International IDEA, 2025). 

Nuestro país tiene muchas herramientas que podrían usarse para implementar este y otros modelos; lo anterior invirtiendo un porcentaje del presupuesto educativo en iniciativas, por supuesto en alianza con el INE y organizaciones no gubernamentales, lo que podría incrementar la participación nacional al 70 % al cabo de una década.

También se debe aceptar que no todo es destinar recursos, las barreras son múltiples, por ejemplo, docentes con salarios insuficientes (promedio de 12,000 pesos mensuales, INEGI, 2024), aulas superpobladas en regiones rurales donde el 30 % de las primarias carece de materiales cívicos básicos (INEE, 2024), y contextos de violencia que convierten las escuelas en espacios precarios, y por supuesto no se puede perder de vista la violencia que azota el país, en Guerrero el 25% de las instituciones educativas reporta interrupciones por amenazas del crimen organizado (INEGI, 2024). 

La importancia de la participación ciudadana radica en su rol preventivo porque mitiga el ascenso de populismos al empoderar a los más vulnerables, incluso en otros países como Brasil, el programa “Escola Cidadã” ha incrementado el voto juvenil un 18% en áreas amazónicas (OCDE, 2024). México, con sus 68 pueblos originarios, demanda adaptaciones culturales: módulos en náhuatl o maya para que la educación cívica no sea un constructo castellanizado e impositivo.

En 2025, con la inteligencia artificial generando deepfakes electorales a escala masiva, enseñar verificación de hechos es una urgencia de seguridad nacional. Pero vayamos más allá de lo teórico, el compromiso participativo debe ser experiencial, proyectos anuales donde estudiantes usen apps con datos abiertos del gobierno para auditar presupuestos locales, o foros con activistas sobre cambio climático son solo ejemplos de lo que se puede aplicar. 

El poder de la cívica implica transmutar espectadores pasivos en arquitectos de su destino; la OCDE advierte que, sin una formación cívica fortalecida, la confianza en instituciones declina un 20% por década (OCDE, 2024). En México, con un 41% de confianza gubernamental según Latinobarómetro (2024), este abismo es insostenible, por lo que enseñar compromisos desde las escuelas no es mera pedagogía; es una semilla de resiliencia nacional e ignorarlo condena a las nuevas generaciones a ciclos de exclusión y cinismo, donde el potencial de la era de la 4ta transformación se diluye en la inacción. 

Urge un pacto intersectorial donde educadores demanden integración curricular, que los legisladores asignen fondos y que los padres refuercen valores y principios en los hogares. Porque una nación verdaderamente cívica no teme a la oscuridad; enciende sus aulas como faros.

¿Qué nos dicen las cifras sobre la participación en las elecciones federales de 2024?

Los datos del INE no son abstractos, son el pulso vital de nuestra democracia, y para el Proceso Electoral Federal 2023-2024, el más grande en la historia mexicana hubo una elección de 20,708 cargos a nivel federal y local.

La lista nominal alcanzó los 98.3 millones de electores, un incremento del 5 % sobre 2018, (INE, 2024); sin embargo, los cómputos distritales, validados en junio de 2024, indican que solo 58.8 millones de votos se emitieron, es decir un 59.7 % de participación general, un estancamiento alarmante que retrocede 3.7 puntos respecto a 2018 y detiene el avance histórico. (INE, 2024).

Desglosemos un poco para apreciar la magnitud de la inasistencia a las urnas, por ejemplo en la elección presidencial, concurrente con las legislativas, la Presidenta fue electa con 35.9 millones de sufragios, pero esto sólo representa apenas el 36.5% de la lista nominal total (INE, 2024). Este mandato histórico, tan celebrado en discursos, en realidad ignora la falta de voto de 62.4 millones de mexicanos, lo que sin duda nos hace cuestionarnos la “gran mayoría” que votó.

La brecha generacional es devastadora y también se convierte en un excelente punto de análisis ya que solo el 48 % de los 18-29 años participó, contrastando con el 70 % de mayores de 60, un fracaso rotundo en capturar a la Generación Z, cuya apatía se explica por percepción de irrelevancia política (INE, 2024). 

La brecha generacional es devastadora y también se convierte en un excelente punto de análisis ya que solo el 48 % de los 18-29 años participó, contrastando con el 70 % de mayores de 60, un fracaso rotundo en capturar a la Generación Z, cuya apatía se explica por percepción de irrelevancia política (INE, 2024). 

La violencia electoral agravó la deserción, de acuerdo con datos de Integralia Consultores 39 aspirantes a cargos de elección popular asesinados, el 92% de las víctimas buscaban posiciones locales (principalmente alcaldías y regidurías), lo que refleja el control territorial de grupos criminales en municipios clave, además este mismo documento informa que 889 aspirantes fueron agredidos por lo que la participación local cayó 15 % en 20 municipios de alta criminalidad, como en Guerrero, Michoacán, Chiapas, Guanajuato y Jalisco (Ugalde, 2024). Estos indicadores no solo cuestionan la solidez de mandatos; sino que claman por una intervención educativa y de seguridad más profunda y analítica. 

Debemos pasar de la lamentación a la acción concreta

No podemos negar que quejarse es el pasatiempo nacional mexicano ya que el 70% de la población critica la política en conversaciones diarias o redes sociales, según Latinobarómetro (2024), pero solo el 30% convierte ese descontento en acciones concretas más allá del voto esporádico, esta inercia es tóxica porque paraliza reformas, nutre la corrupción y perpetúa desigualdades. 

Actuar genera un impulso que obliga a las instituciones a responder y la educación cívica es el catalizador, por ejemplo, en aulas, proyectos de “presupuesto participativo” permiten a estudiantes asignar fondos ficticios a necesidades escolares, internalizando que la participación colectiva produce resultados tangibles. Movimientos como #YoSoy132 en 2012 catalizaron escrutinio mediático y es que sin una acción sostenida, las quejas sólo se convierten en una catarsis estéril.

Como mencionó Gandhi, “Sé el cambio que quieres ver en el mundo”. En México, donde el 45% de abstenidos cita “desconfianza” como motivo (INE, 2024), la educación cívica desarma esta excusa al demostrar acciones reales por ejemplo talleres que culminen en cartas colectivas a diputados sobre inseguridad o proponer debates sobre violencia que inspiren campañas locales. Quejarse sin actuar es complicidad pasiva; actuar, incluso en microescala, forja resiliencia y es que sin la presencia de docentes y padres comprometidos el ciclo persiste: desilusión alimentando abstención, que a su vez valida inacción gubernamental.

Es cierto que en fechas recientes el involucramiento de la ciudadanía y de la propia sociedad han sido mucho más palpables, la población busca líderes dedicados, honestos y competentes, poco a poco la exigencia social ha comenzado a ganar terreno, sin embargo, aunque si bien es cierto que las instituciones gubernamentales tienen una amplia injerencia y responsabilidad en temas como la seguridad, la economía, la educación, y la salud, entre otros, también es necesario reconocer que como población debemos involucrarnos y proponer nuevos esquemas; no olvidemos que el trabajo en conjunto siempre rendirá mejores resultados.

¿Qué significa ser ciudadano?, ¿por qué es importante la participación social?, ¿cuál es la razón del énfasis en la importancia de la democracia? Probablemente las preguntas no tengan respuestas sencillas, sin embargo, de lo que sí estoy convencido es que ante un visible incremento de la violencia y la inseguridad el ejercicio del voto y la participación responsable se convierten en instrumentos que pueden transformarse en puntos de inflexión para permitirnos como ciudadanos exigir a los servidores públicos aquello que prometieron en campaña. 

Durante años nos hemos cuestionado sobre el cambio que generaría nuestra intervención en la vida política y social del país, porque ¿de qué forma podríamos solicitar que nuestras demandas sean cumplidas cuando depositamos en otros la responsabilidad de la elección de los mandatarios? 

La participación y la responsabilidad política son temas que deben abordarse con seriedad y no solo cuando se trata de votar sino en todo momento; vivimos momentos decisivos para la democracia, hoy la diversidad en cuanto a la designación de espacios políticos ha permitido la visualización de nuevas perspectivas, y los jóvenes y las mujeres son cruciales; además hemos comenzado a comprender que los asuntos públicos no pueden ni deben continuar gestionándose de manera particular.

Y es que no podemos negar que la política y las ideologías han dado un giro de 180°, es necesario dejar de lado las actitudes pasivas que consideran que los problemas tienen que ser abordados y resueltos por el prójimo, para entender que al no actuar somos cómplices de las injusticias que indiferentes solo miramos pasar.

Recuerdo una frase atribuida al pastor y activista Martin Luther King: “No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que más me preocupa es el silencio de los buenos” y es que es cierto, la indiferencia no puede continuar frenándonos, hoy es necesario reestructurar la responsabilidad social y además impulsar en niñas, niños y adolescentes la participación familiar y comunitaria, sin descuidar su formación integral.

Pareciera un tema de poca importancia, sin embargo, la participación y la responsabilidad política son temas que deben abordarse con seriedad y no solo cuando se trata de votar sino en todo momento. Ante el cambio generacional se debe eliminar la creencia de que la participación es una pérdida de tiempo, porque es justo ésta la que nos permite continuar trabajando en el crecimiento de la democracia.

De acuerdo a datos de la Participación ciudadana en los asuntos públicos: un elemento estratégico para la Agenda 2030 y el gobierno abierto emitido por la Comisión Económica para América Latina y Caribe esta es una época de contradicciones profundas, en la cual por un lado se identifica un vacío institucional y una falta de liderazgos públicos, que resuelvan con rapidez y eficacia los problemas que aquejan a la sociedad; y por otro emerge en paralelo, una sociedad activa, informada, con una alta propensión a la movilización colectiva y desplegando nuevos patrones de conflictividad, ante carencias y riesgos inocultables.

El documento, menciona dos desafíos relevantes: 1) “No hacer más de lo mismo” y 2) “No dejar a nadie atrás”; el primero, como su nombre lo indica, apela a la creatividad, al sentido de realidad y de urgencia en temas vinculados al desarrollo y el segundo lo que busca es incluir a todos y todas garantizando el acceso a sus derechos.

Es necesario que la democracia sea considerada como una meta a alcanzarse todos los días, la cual tiene que basarse en la participación social con responsabilidad y voluntad; en la búsqueda de perfiles de servidores públicos profesionales y con vocación; en retomar temas y consolidar la participación de las mujeres sin violencia de género; pero, sobre todo, preguntarnos, ¿qué hemos dejado de hacer? y ¿De qué forma podemos fomentar nuestro amor y patriotismo? Recordemos las palabras de John F. Kennedy: “No preguntes lo que tu país puede hacer por ti; pregunta lo que tú puedes hacer por tu país.”  

Los gobiernos tienen que entender que diversas cosas han cambiado y que nuevas ideas y paradigmas han comenzado a instaurarse, pero la población, también tiene que comprender que los líderes están ahí por decisión del pueblo y para el pueblo. Todo es un trabajo conjunto con escenarios impredecibles, tengamos presente lo acontecido en Nepal, Madagascar, Marruecos, Venezuela y Cuba.


Simón Vargas Aguilar

Originario de Torreón, Coahuila.

•Licenciado en Derecho, egresado de la Universidad Autónoma de Coahuila.

• Diplomado en Seguridad Nacional por la Universidad IberoamericanaCiudad de México.

• Diplomado en Seguridad Nacional por el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM).

Egresado del Programa de Alta Dirección de Empresas AD 2010-2011 del Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresa (IPADE Business School).

Entre otros cargos se mencionan:

• Asesor en Materia de Seguridad Nacional y Seguridad Binacional en la American Society of Mexico (AMSOC).

• Coordinador de Asesores del Presidente de México Republicano.

• Secretario de Gobierno del estado de Hidalgo.

• Administrador Central de Regulación del Despacho Aduanero de la Administración General de Aduanas.

• Coordinador de la Unidad de Desarrollo y Control Interno de la Policía Federal Preventiva de la Secretaría de Gobernación.

• Coordinador de la Unidad de Supervisión a la Campaña Permanente Contra el Narcotráfico de la Procuraduría General de la República (operación Vanguard).

Colaborador en los periódicos La Jornada Nacional y Eje Central; así como Desde la Fe, órgano editorial de la Arquidiócesis primada de México y Luz de Luz, órgano editorial de la Provincia Eclesiástica de Hidalgo, que abarca las Diócesis de Tulancingo, Tula y Huejutla.


Referencias bibliográficas

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