
Durante décadas, la política mexicana se construyó a golpe de aplausos, sudor y banderas ondeando al viento. Los mítines fueron el escenario predilecto: plazas repletas de simpatizantes escuchando discursos encendidos, brigadistas recorriendo las calles, propaganda en bardas y carteles pegados en cada esquina. La estrategia era clara: estar presentes en el territorio, tocar la mano del ciudadano y generar la ilusión de pertenecer a un movimiento colectivo.
Ese modelo, casi artesanal, funcionaba en un país donde la comunicación se transmitía de boca en boca y el contacto físico era sinónimo de credibilidad. El mitin no solo era propaganda: era espectáculo, comunidad y rito político.
Con el tiempo, la política entró en la era mediática. La televisión transformó los discursos en mensajes cortos, los jingles sustituyeron a los discursos kilométricos y las campañas comenzaron a hablarle a millones desde un solo canal. La creatividad publicitaria entró en juego: spots con frases memorables, imágenes de candidatos sonrientes y promesas empaquetadas en 30 segundos.

La comunicación política se volvió un producto de consumo masivo. La lógica del rating empezó a pesar tanto como la del voto.
La llegada de internet y, después, de las redes sociales, cambió nuevamente las reglas. Facebook y Twitter democratizaron la voz de los ciudadanos y dieron lugar a campañas más segmentadas, inmediatas y participativas. El poder ya no estaba solo en el escenario ni en la televisión: se trasladó al feed del usuario.
Pero la verdadera revolución llegó con TikTok. Esta plataforma convirtió la política en un terreno de creatividad instantánea: bailes, trends, memes, microvideos que duran segundos pero construyen percepciones duraderas. Hoy, los candidatos compiten no solo por votos, sino por views, shares y engagement.
Un político puede tener un mitin con 5 mil asistentes y, al mismo tiempo, un TikTok con 5 millones de vistas. La plaza pública ya no es de cemento: es digital, interactiva y global.
El paso del mitin al TikTok refleja más que un cambio de soporte; es una transformación cultural. La política se volvió storytelling, branding y marketing de experiencias.
- Antes, la narrativa se construía desde el templete con banderas y discursos encendidos.
- Hoy, se construye con 15 segundos de ingenio, humor o cercanía.

La publicidad y la creatividad se han vuelto los grandes aliados de la política. Diseñar un spot, un slogan o un TikTok exitoso exige comprender al electorado no como masa homogénea, sino como comunidad de audiencias fragmentadas, exigentes y en constante movimiento.
En este nuevo ecosistema digital, la exposición es total. Los ciudadanos ya no solo escuchan un discurso, sino que pueden contrastarlo con declaraciones pasadas, revisar inconsistencias, verificar datos y evaluar la vida personal de los candidatos en tiempo real.

“La publicidad y la creatividad son hoy el nuevo músculo de la política.”

Hoy la congruencia pesa tanto como la creatividad. La gente observa el comportamiento, la actitud, las ideas y los planes de trabajo. La ciudadanía se da cuenta de todo: no basta con un spot o un TikTok ingenioso si detrás hay incoherencias o simulaciones.
Antes, los políticos podían ocultar contradicciones gracias al control de los medios tradicionales. Ahora, con herramientas digitales, la información está al alcance de un clic. Y el votante ya no perdona incongruencias.






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