¿PUEDE EXISTIR EL COMERCIO LIBRE ENTRE NACIONES?

Autor: Electoralia
Categoría: México y el Mundo
Publicación: diciembre 3, 2025
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A finales del pasado mes de septiembre, la Secretaría de Economía organizó una serie de presentaciones del libro de Robert Lighthizer “No Trade is Free” en su traducción al español pero que fue publicado en 2023 en idioma inglés. “Bob” Lighthizer fue el arquitecto principal de la política comercial durante la primera administración Trump, publicó el libro de referencia que pretende desafiar décadas de consenso en política comercial estadounidense. Lighthizer, quien fungió como Representante Comercial de Estados Unidos entre 2017 y 2020 y que estuvo a cargo de las negociaciones del actual T-MEC, ha cuestionado durante mucho tiempo el consenso de libre comercio de la posguerra que adoptaron tanto republicanos como demócratas, especialmente después de 1990. Su obra, “No Trade is Free” (publicada en español como “Ningún comercio es libre” publicado por Porrúa), no es simplemente una defensa de su gestión, sino un manifiesto que busca reorientar fundamentalmente cómo ahora se piensa sobre el comercio internacional durante el segundo mandato del presidente Trump.

El argumento central de Lighthizer es que el libre comercio es una ficción, creída únicamente por estadounidenses y economistas. Para él, los ciudadanos son primero productores y solo, en forma secundaria, consumidores, lo que significa que la preservación de empleos manufactureros debe tener prioridad sobre el beneficio de tener acceso a bienes más baratos producto de las ventajas comparativas de cada nación en el comercio global. Esta en la antítesis de la famosa máxima de Adam Smith —que el propósito de la producción es y solo es el consumo— lo que constituye el fundamento filosófico de su propuesta proteccionista.

Libre Comercio - Revista Electoral

“El libre comercio es una ficción: no existe, pero sigue siendo el mejor camino disponible.”

Nacido en Ashtabula, Ohio, un pequeño poblado en el corazón del llamado “cinturón de óxido” (Rust Belt), Lighthizer está comprometido con revertir la desindustrialización que ha devastado estas comunidades estadounidenses y ha puesto todo su empeño en reconducir la política comercial de su país para proteger a sus trabajadores, considerados estos como aquellos obreros de principios y mediados del siglo pasado.

El libro llega en un momento particular de la historia estadounidense, cuando tanto republicanos como demócratas han mostrado escepticismo hacia los acuerdos comerciales tradicionales. Bajo las administraciones Trump y Biden, Estados Unidos ha mantenido aranceles elevados sobre productos chinos, y la actual Representante Comercial ha atacado repetidamente las políticas comerciales de administraciones anteriores. Sin embargo, ¿tiene razón Lighthizer? ¿Es el proteccionismo la respuesta correcta a los desafíos económicos contemporáneos?

Desde un enfoque puramente económico le asiste la razón a su afirmación dado que todo comercio tiene costos de transacción, sea costos de búsqueda por parte de los consumidores para optar por la mejor opción de consumo, los costos de transporte que impone la geografía, los costos derivados de los mercados financieros para realizar pagos entre diferentes monedas así como los costos de hacer cumplir los contratos a lo largo de las cadenas de valor globales, en ese sentido no existe un comercio libre de fricciones o costos de transacción. Pero ello es inherente al acto de hacer comercio y existen en todos los mercados, sean domésticos o internacionales, otro aspecto son los costos que los gobiernos imponen al comercio como son las barreras arancelarias y las no arancelarias que elevan el costo de comerciar e inhiben el flujo de bienes entre países.


Las grietas en el argumento proteccionista

La propuesta de Lighthizer se enfrenta a problemas fundamentales tanto teóricos como empíricos. Su premisa de que los ciudadanos son “primero productores y solo segundo consumidores” suena intuitivamente atractiva, pero colapsa bajo el escrutinio económico. Si no produces algo que la gente desea, es poco probable que compren tu producto, lo que significa que sin responder a la demanda del consumidor, la producción y el empleo son insostenibles, a menos que el gobierno subsidie esa producción. Esta lógica llevaría a mantener fábricas produciendo automóviles de los años cincuenta que nadie quiere comprar, simplemente para preservar empleos.

La evidencia histórica tampoco favorece las tesis de Lighthizer. Los déficits comerciales no sofocan el crecimiento, ni los superávits lo fomentan. En los 29 años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos tenía monopolio en manufactura pesada y mantenía superávits comerciales regulares, el PIB per cápita creció 2.1% anual. En los siguientes 29 años, de 1976 a 2004, con déficits comerciales crónicos, la tasa de crecimiento fue virtualmente idéntica: 2.2%.

Más revelador aún: durante 102 de los 120 meses de la Gran Depresión, Estados Unidos mantuvo superávits comerciales. Entre 1890 y 2024, resulta imposible encontrar una correlación estadísticamente significativa entre el balance comercial de Estados Unidos y su crecimiento económico.

La narrativa sobre la “devastación” de la manufactura estadounidense también requiere matización. La producción industrial estadounidense hoy es más del doble que en 1975, la última vez que el país tuvo superávit comercial. Es 55% mayor que en 1994, cuando entró en vigor el NAFTA, y 18% mayor que cuando China ingresó a la OMC en 2001. Los salarios reales han aumentado 19% desde 1994 y 10% desde 2001, mientras que el valor ajustado por inflación del stock de capital estadounidense es 36% mayor que en 2001, 66% mayor que en 1994 y 178% mayor que en 1975.

La crítica de Lighthizer al NAFTA resulta particularmente problemática a la luz de la evidencia empírica disponible. La posición actual de la administración Trump contrasta notablemente con los datos existentes y con los resultados de prácticamente todos los estudios académicos con sustento empírico que se han realizado al respecto, incluidos los realizados por el Congreso y la Comisión del Comercio Internacional de Estados Unidos. Un sinnúmero de estudios publicados, coinciden en que el efecto del NAFTA sobre los niveles de empleo en Estados Unidos fue minúsculo y que sus resultados sobre la economía fueron favorables.

Lo que ha cambiado no es la capacidad manufacturera, sino la composición del empleo. Tres estudios representativos sobre el “China Shock” estiman que entre 10 y 20 por ciento de las pérdidas de empleos manufactureros entre 2001 y 2011 pueden atribuirse a las importaciones chinas, lo que indica que entre 90 y 80 por ciento resultaron de cambios tecnológicos y mejoras en procesos. Se ha documentado ampliamente que la desindustrialización de Estados Unidos se explica mejor por los cambios tecnológicos, las exportaciones chinas y por la evolución hacia una economía de servicios.


El costo de los aranceles: ¿quién paga realmente?

Un aspecto particularmente problemático del argumento proteccionista es la afirmación de que los exportadores extranjeros absorben el costo de los aranceles. La evidencia empírica contradice rotundamente esta noción. El Reporte Económico del presidente de 2019 de la propia administración Trump reconoció explícitamente, en las páginas 502-504, que tres rondas de aranceles contra China no produjeron los resultados anticipados. En lugar de cambiar sus prácticas, China anunció aranceles de represalia sobre productos estadounidenses, y los consumidores, exportadores y empresas estadounidenses que usaban importaciones chinas terminaron pagando costos más elevados.

Según Goldman Sachs, hasta junio las empresas estadounidenses parecían haber absorbido el 64% del costo de los aranceles. Dado que aproximadamente el 72% del valor de las empresas estadounidenses que cotizan en bolsa es propiedad de pensiones, cuentas 401(k) y otras cuentas de retiro, cuando los productores y minoristas absorben los costos de los aranceles, los estadounidenses terminan pagando esos costos mediante reducciones en sus ingresos de inversión y jubilación.

El déficit comercial que tanto preocupa a Lighthizer es, fundamentalmente, un asunto macroeconómico que refleja la brecha entre ahorro e inversiones domésticas. Los desequilibrios comerciales son resultado de múltiples decisiones privadas y públicas en una economía, y la política comercial, por sí misma, es incapaz para alterarlos. En el caso estadounidense, la fortaleza de su demanda agregada interna —nutrida por el consumo y por su crónico déficit fiscal, ambos fenómenos reforzados por la amplia disponibilidad de fuentes de financiamiento proveniente del resto del mundo— ha alimentado tanto su déficit comercial como la elevada oferta de activos en dólares en poder de no residentes. Por lo anterior, el desear alcanzar un “comercio equilibrado” transita inexorablemente por un balance de gasto agregado equilibrado en Estados Unidos, algo que los aranceles por sí solos no pueden lograr.

La experiencia del primer mandato de Trump con los aranceles resultó reveladora. A pesar de las políticas arancelarias de la primera administración Trump, el déficit comercial aumentó de $792.3 mil millones en 2017 a $904.4 mil millones en 2020, el empleo manufacturero como porcentaje del empleo total continuó disminuyendo, y el crecimiento económico, que alcanzó un máximo de 13 años en 2018 bajo las políticas de desregulación y recortes fiscales de Trump, se desaceleró bajo sus aranceles, todo esto antes de que comenzara la pandemia.


Las ventajas del comercio abierto

Contrario a la narrativa proteccionista, el comercio internacional ofrece beneficios que van mucho más allá del simplismo de “empleos perdidos versus empleos ganados”. El comercio permite a los países especializarse en lo que hacen mejor, maximizando la eficiencia global y elevando los estándares de vida.

Un aspecto frecuentemente ignorado es el impacto en la calidad de productos. Las barreras comerciales más altas resultan en menor calidad por la misma razón que los cortes de cabello hechos en casa resultan en un aspecto embarazoso, y el tratar de hacer lo que hace un carpintero, electricista, albañil o plomero no garantiza una buena reparación, la calidad sufre cuando sustituimos la autosuficiencia y la arrogancia por la genuina experiencia de otros. Nadie puede vivir en la autarquía y producir todo lo que requiere su población sin el intercambio con otros países, es como estar condenado a solo consumir lo que se produce en forma doméstica. Incluso si Estados Unidos pudiera aumentar la producción de café en 10,000%, nunca podría replicar la mezcla perfecta de ingredientes de Colombia para hacer café: su clima subtropical, suelo volcánico, lluvia constante y montañas de gran altitud. La misma lógica aplica a los aguacates mexicanos, las confecciones textiles italianas, el vino francés y otros incontables productos.

El comercio también impulsa la innovación doméstica. El proteccionismo erosiona la voluntad de construir. Aisladas de la competencia extranjera, las industrias protegidas tienen menos incentivo para innovar y mejorar. ¿Por qué esforzarse por la excelencia cuando puedes presionar a los políticos para obtener protección a una fracción del costo? No es coincidencia que las economías más protegidas del mundo sean también las más anémicas. La Unión Soviética se selló detrás de muros, tanto políticos como económicos, difícilmente fue una fuente de innovación. La atrofia de este aislamiento autoinfligido todavía afecta a Rusia hoy.

La historia de la política comercial estadounidense de posguerra contradice la narrativa de Lighthizer sobre un supuesto “quiebre” desastroso en los años noventa. Desde 1934, cuando la administración Roosevelt respaldó la idea de una serie de acuerdos comerciales recíprocos, pasando por Truman, quien lideró los esfuerzos para crear el régimen comercial multilateral bajo el GATT, hasta Eisenhower, quien revirtió la política comercial proteccionista tradicional del Partido Republicano, ha existido una continuidad fundamental.

Presidentes Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter, Reagan, Bush padre, Clinton, Bush hijo y Obama —a pesar de vientos políticos y económicos cambiantes— sostuvieron que una reducción recíproca de barreras comerciales, en y dentro de las fronteras, era del interés financiero y estratégico de Estados Unidos. El verdadero “quiebre” en la política comercial estadounidense vino con las administraciones Trump y Biden, no en los años noventa.

El caso de China.

Lighthizer dedica considerable atención al desafío que representa China, y aquí encuentra su terreno más firme. Es importante reconocer que Lighthizer presenta evidencia detallada y documentada sobre prácticas comerciales chinas cuestionables: transferencia forzada de tecnología, robo de patentes y espionaje industrial.

China efectivamente combina dirección estratégica estatal, propiedad gubernamental total o parcial de la mayoría de los negocios, innumerables políticas industriales y uso selectivo de mecanismos de mercado. China se comportó con oportunismo y fue desleal al espíritu multilateral del libre comercio; desarrolló un capitalismo de Estado, subsidiando directa e indirectamente a sus industrias estratégicas, que han depredado a sus competidores que jugaban, con las reglas del juego de los acuerdos bilaterales o multilaterales que se han celebrado y ahora se desconocen. Esto presenta dilemas genuinos para la política comercial occidental.

Sin embargo, la prescripción del —”desacoplamiento estratégico” mediante aranceles masivos— ignora tanto las debilidades económicas de China como las fortalezas estadounidenses que no dependen del proteccionismo. Lighthizer pasa por alto muchos de los enormes problemas económicos de China, que incluyen una cauda de políticas industriales fallidas que converjan en una canalización creciente de subsidios a empresas y sectores completos, la baja tasa de natalidad y el envejecimiento de la población legados por la política del hijo único ahora abandonada, y cómo la recentralización del poder estatal de Xi está colapsando los circuitos de retroalimentación que alertarían al régimen sobre la necesidad de hacer correcciones económicas.

Hoja de Ruta en el Comercio Internacional.

Las palabras “emprendedor” y “emprendimiento” —un área donde Estados Unidos consistentemente se clasifica entre los líderes mundiales— están ausentes. Esta omisión es sintomática: el proteccionismo tiende a focalizarse en preservar lo existente en lugar de crear las condiciones para la innovación futura.

La incógnita que persiste es si es viable que las sociedades libres y abiertas puedan pactar reglas comerciales mutuamente benéficas y coercibles con sociedades autoritarias y cerradas.” Esta es la pregunta fundamental que no se responde con las acciones de aranceles generalizados.

Lighthizer plantea cuestiones morales legítimas sobre la dignidad del trabajo y las comunidades devastadas por la desindustrialización. Su sensibilidad hacia las tribulaciones de los trabajadores del Rust Belt. Sin embargo, las preguntas morales son más complejas de lo que el proteccionismo sugiere: ¿Es moral detener el progreso para proteger los empleos que se destruyen y evitar que se creen nuevos empleos más productivos? ¿Sería conveniente congelar los empleos actuales deteniendo el progreso tecnológico en detrimento de las generaciones actuales y futuras? ¿Los empleos manufactureros amparan mejor la dignidad de los trabajadores que los de servicios y los nuevos trabajos que surgen del creciente ecosistema digital?

La empatía por los empleos que se pierden, no debe de eclipsar los que se crean y las industrias emergentes que prosperan. Como dice el viejo adagio: “hace más ruido un árbol que cae que miles que crecen y florecen.” La discusión de índole moral es más compleja cuando consideramos que el progreso material es producto de la “destrucción creativa.”

Aun cuando las ganancias netas asociadas al comercio internacional sean amplias, no pueden negarse las fricciones, los costos de ajuste y los efectos redistributivos que pueden provocar, en ocasiones, concentrados en algunas regiones o comunidades. La respuesta apropiada no es detener el comercio, sino ofrecer alternativas, compensaciones y programas para aliviar las vicisitudes de quienes enfrentan transiciones económicas difíciles. México, por ejemplo, creó en 1994 el Programa Procampo para compensar a los campesinos productores de maíz por la anticipada caída en el precio interno de este producto como resultado del incremento esperado en las importaciones provenientes de Estados Unidos.

La pregunta que postula este artículo —¿puede existir el comercio libre entre naciones? — admite una respuesta matizada. Lighthizer tiene razón en algo fundamental: “el comercio es bueno. Más comercio es mejor. El comercio justo es esencial. Pero el comercio equilibrado es imperativo.” La pregunta es cómo lograrlo y si el equilibrio comercial es un fin en sí mismo o conduce al aislamiento.

El comercio perfectamente “libre” probablemente no existe ni existirá, porque todos los países mantienen algún nivel de regulación y protección de industrias consideradas estratégicas. Los ejemplos de proteccionismo encubierto y explícito de numerosas naciones, incluidos los europeos, japoneses, coreanos e indios, confirman el título del libro de Lighthizer: ningún comercio es completamente libre. Sin embargo, existe una diferencia enorme entre reconocer que el comercio perfecto es una abstracción teórica y concluir que debemos abandonar los principios del comercio abierto.

La ideología no debe de hacernos miopes respecto a la comprensión de lo que funcionó y lo que se hizo mal no debe conducirnos a retroceder; más bien, debemos afinar la reconfiguración de los espacios para un comercio libre. Hoy es más claro que esto se consigue y entre países libres que confían entre sí y en sus acuerdos.

El surgimiento de China como potencia económica y militar, sus ambiciones geopolíticas y sus cuestionables prácticas comerciales ponen en jaque la Pax Americana de la posguerra. Sin embargo, la respuesta a estos desafíos no puede ser simplemente erigir muros arancelarios que, históricamente, han fracasado en producir los resultados deseados.

Bajo políticas de desregulación, control del déficit presupuestario y extensión de los recortes fiscales, Estados Unidos puede avanzar su crecimiento económico. Fijarse en el déficit comercial, tratándolo como un problema que los aranceles pueden resolver, solo arrastrará a la nación a una guerra comercial que podría anular los efectos positivos de mejores políticas económicas.

Liderar al mundo en la expansión del comercio convirtió a Estados Unidos en la nación más rica y poderosa de la historia. Los beneficios de expandir el comercio fueron especialmente claros durante las décadas de 1980 y 1990, cuando Estados Unidos participó en la ronda más grande del GATT desde la Segunda Guerra Mundial. Al elegir el futuro de Estados Unidos, la pregunta real no es si el comercio internacional es perfecto, sino si queremos volver a las políticas de Ronald Reagan o a las de Herbert Hoover.

El proteccionismo tiene un historial inmaculado de fracaso, tanto económico como político, a lo largo de la historia estadounidense. La carga de la prueba permanece sobre quienes, deben ilustrar cómo políticas esencialmente mercantilistas entregarían mejores resultados económicos y políticos que los mercados. Es un estándar que su propuesta simplemente no cumple. Para México, que es una economía relativamente “pequeña”, si bien ocupa el lugar 13º en el PIB mundial en 2024 solo tiene el 1.7% de participación, por lo que no es opción estar limitado a consumir sólo lo que produce, ni a tener como objetivo ser autosuficiente en todo, si se quiere volver a crecer a un ritmo de por lo menos 2.5% anual sostenido tiene que comerciar con el resto del mundo y no duplicar lo que por ideología o atavismos económicos hace su mayor socio comercial. 

La Presidenta Claudia Sheinbaum ha demostrado en los hechos que está comprometida con preservar al T-MEC, evitar conflictos comerciales y estamos convencidos que logrará una buena renegociación de tratado en el 2026, demostrando que se puede tener un libre comercio sujeto a ser en beneficio mutuo de los países firmantes, a pesar de las dificultades y los cambios ideológicos imperantes en el orbe. México a la fecha tiene uno de los aranceles más bajos que han resultado de los vaivenes de la segunda administración Trump, lo cual demuestra como la Presidenta ha conducido la coyuntura a favor de mantener el comercio lo más libre posible.


Arancel Efectivo (%) impuesto por los Estados Unidos


En última instancia, el comercio libre entre naciones no solo puede existir en diversos grados, sino que debería existir, punto. No porque sea perfecto, sino porque la alternativa —un mundo de muros arancelarios, guerras comerciales y estancamiento económico— ha demostrado ser consistentemente peor para la prosperidad, la innovación y el bienestar humano. Estados Unidos y sus socios comerciales con los que comparte frontera y una larga historia no debe ni puede desafiar el preservar la apertura y liderazgo a favor del mundo libre, y no abandonarlos por una nostalgia equivocada de épocas que nunca funcionaron como el mito proteccionista que ahora regresa recargado.

Autor -Prof. RAMIRO TOVAR LANDA
  • rtovar@itam.mx
  • 5628.4000 Ext. 4197
  • Profesor Numerario del Depto
  • de Economía y Asesor de la
  • Oficina de Rectoría del ITAM.
  • Maestro y Doctor en Políticas
  • de Desarrollo Internacional
  • (Duke University), Licenciado en
  • Economía (ITAM). Actualmente
  • es asesor de la Oficina de
  • Rectoría y Profesor Numerario
  • del ITAM. Sus áreas de
  • especialización son Política de
  • Competencia y Regulación.
  • Como experiencia profesional,
  • ha laborado en la entonces
  • Secretaría de Comercio y Fomento
  • Industrial (SECOFI) en la Unidad
  • del Programa de Desregulación
  • Económica y en laaComisión
  • Federal de Competencia.
  • Ha realizado consultorías para
  • diversas asociaciones mexicanas
  • y empresas. Asimismo, miembro
  • asesor de la Consultora
  • Internacional The Brattle Group y
  • es autor de diversas publicaciones
  • nacionales e internacionales en
  • temas de Política de Competiencia
  • y Regulación. Especializado en
  • temas de política de competencia
  • y regulación económica.

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